"Lo malo de la gran familia humana es que todos quieren ser el padre" (Mafalda)

jueves, 7 de octubre de 2010

LA TORMENTA



Edad: A partir de 8 años
Letra GR



Era una nube blanca, esponjosa y divertida. Una de esas nubes en las que uno se fija si mira al cielo. Sus mejores amigos eran la suave brisa y el atolondrado viento. Le gustaba que le soplaran y dejarse llevar. Pero prefería jugar con la brisa porque era un poco más delicada que el viento. Tú déjate hacer, le decía al soplar, que te voy a disfrazar. Y sus soplidos le hacían tantas cosquillas que no podía dejar de reír mientras volaba por el cielo tratando de esquivarla. Unas veces la disfrazaba de pierna escayolada, o de mano con guante. A veces era una sirena, y otras una princesa sin piernas. Era de lo más divertido. La brisa era tan delicada que parecía que la besara o le acariciara los pies, como si sus soplidos, cálidos y tiernos, la descompusiera de cariño. El viento era otra cosa, un poco brutote, soplaba tan fuerte que a veces la deshacía.
-Me haces daño -le gritaba ella-, y él se disculpaba avergonzado. Porque el viento no sabía medir sus fuerzas-. No ves que me desbaratas y luego me tengo que pasar el día recomponiéndome.
Y es que se quedaban desperdigados trozos de ella flotando por el aire. Unas veces sus trozos se convertían a su vez en delfín o escarabajo, y le costaba muchísimo convencerlos para que volvieran a unirse a ella. Aunque en el fondo, no le importaba demasiado porque sabía que lo normal era cambiar, estaba en su naturaleza. No solo lo aceptaba, sino que se dejaba llevar con ilusión. Flotaba por el cielo ingrávida, sin aferrarse a nada. Feliz.
Nube negra era otra cosa. Llegó a Nubolandia una tarde de septiembre. Malhumorada y comilona, lo que más le gustaba en el mundo era beber. Bebía de los ríos y de los mares, de los arroyos y de los lagos. Bebía y bebía con una pajita dorada, pero nunca dejaba caer ni una sola gota de agua sobre una flor sedienta, ni sobre un campo seco.
-Es una avariciosa, glotona y pendenciera –le contó la brisa a nube blanca.
-Aquí la que manda soy yo- dijo nube negra el primer día que llegó a los páramos de Nubolandia. Y todos comprendieron que no tendría más remedio que ser así porque sus amigos eran el rayo, el trueno, los tornados y los huracanes.
Ya desde el principio se pavoneo orgullosa delante de nube blanca. Pero ella no le hizo caso, continuaba bailando con sus amigos la danza de la transformación. Eso hizo que nube negra se sintiera superflua y se enfadara. Alimento su rabia día a día. Y así fue como se volvió más negra, más gorda, mas enfurecida, mucho más odiosa.
Una tarde se acercó a nube blanca que permanecía quieta y le preguntó:
-¿Se puede saber qué haces?
-Tapando un agujero del cielo hasta que alguien venga a coserlo.
-Y a ti que te va y que te vienen los agujeros del cielo.
–Es para que pueda salir el sol.
-No te servirá de nada, nube imbécil, porque haré otros. No podrás tapar tantos agujeros como pienso hacer.
-Déjame en paz.
- Pues nada más que por eso haré que pierdas hasta la última gota de agua que hayas bebido. No podrás tapar más agujeros, y tú y ese sol amigo tuyo, vais a saber quién soy yo.
-Pediré ayuda a la brisa, y al viento –gritó nube blanca.
-No me hagas reír. Ni esa brisa de pacotilla, ni ese viento escuchimizado podrán contra mí. Prepárate para la lucha porque te mataré.
Nube blanca llamó a sus amigos y se libró una batalla en el cielo. Todas las nubes acudieron; las blancas y las grises, las pequeñas y las gordas, los cirros y los cúmulos.
-Te venceremos vieja nube negra.
-Ja, ja, ja
Y su risa se mezcló con la del trueno. Nunca sabía nube blanca dónde estaba el trueno porque sonaba aquí y allá, y se reflejaba allá y aquí. El huracán la empujó, y el rayo la intentó deshacer. Esta vez no era transformación, era su muerte. Sus trozos se desparramaban y empezó a soltar un agua suave y limpia; un agua de la que bebieron las flores y los campos secos.
-Debamos ayudar a nube blanca, se está desaguando- dijo la brisa- Hay que mantenerla con vida.
-Distrae al huracán que yo arrastraré al rayo –gritó el viento.
La batalla ya parecía estar ganada por nube negra cuando el viento logró empujar al rayo hasta el pararrayos de la ermita. Con un fuerte grito y un gran chispazo se desvaneció. Nube negra se asustó, lo suficiente para que el viento y la brisa, aprovechando su desconcierto, la empujaran con tanta fuerza que empezó a desaguar. Era tanta el agua que contenía, tan gorda estaba, que los campos se anegaron. Y el huracán al verla tan vencida, tan delgada y ojerosa, se aturulló.
-¿Qué voy a hacer yo sin nube negra? ¿Que huracán que se precie podría luchar sin ella?
-Dónde encontraré otra nube para descargar mi furia –gritó el tornado.
-No tengo rayo, ni nube negra, ni nada por el estilo, así que me marcho -dijo el trueno.
Y mientras nube negra se deshacía en un llanto oscuro, nube blanca tapó los agujeros del cielo para que pudiera salir el sol.
Y el sol, agradecido, le impuso la máxima condecoración que una nube valiente pueda ostentar; una diadema de brillantes que reflejaba mil colores y que se llamaba arco iris.
Desde entonces siempre que se vence a una tormenta, nube blanca sale contenta subida a una carroza y ostentando su condecoración, acompañada, eso sí, de la suave brisa y del atolondrado viento.

2 comentarios:

  1. Guau... menuda batalla. Me alegro mucho de que pierda la nube negra, me deprime tanto cuando aparece y no se va....

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  2. muy bueno!
    Hombre, yo lo de "te mataré" casi que lo quitaba ;-) pero está muy bien. Mis post-tormentas ya no serán iguales....

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