"Lo malo de la gran familia humana es que todos quieren ser el padre" (Mafalda)

viernes, 1 de octubre de 2010

Tan distinta pero tan igual a mí

Autor: Letra A
De: 12 a 100 años

Yo no vi la cara de mi hija nada más nacer ni sentí su cuerpo tibio junto al mío sudoroso.
No tuve ningún síntoma físico que delatara mi embarazo, ni sentí como mi cuerpo se transformaba para albergar al de mi hijo.
Mi hija nunca estuvo en mi vientre, estuvo en mi corazón durante los más de dos años que duró el proceso de su adopción.
Es difícil expresar en unas líneas la montaña rusa emocional que se vive durante una adopción. Como pasas de la tristeza a la euforia en menos de un minuto. Los largos trámites en la administración para conseguir la idoneidad que dejan tu vida al descubierto. La larga espera, el sentir que muy lejos de ti habrá un niño que será tu hijo, al que no puedes ver, ni abrazar, ni darle todo el amor que sientes ya por él aún sin conocerle.
Cuantas veces imaginando su carita tan distinta a ti y soñando cada día con el momento de tenerlo en mis brazos.
Durante mucho tiempo su cuarto estuvo vacío y todas y cada una de las noches mientras lo esperé me asomaba a su puerta tratando de imaginar sus risas, acunando sus sueños a miles de kilómetros .
Por eso, cuando recibimos la ansiada llamada para anunciarnos que nuestra hija de 7 meses nos esperaba en Etiopía y vimos su foto, la felicidad fue inmensa y cada minuto acaricié su rostro, su cuerpo, porque necesitaba aprenderlo y hacerlo mío.
Aquel día de mayo que salí de casa fue consciente de que ese viaje cambiaría mi vida y que al volver a seríamos por fin una familia y ya nada podría separarnos.
Llegamos a Etiopía a las 6:00 de la mañana y apenas una hora más tarde por fin pude abrazar a mi hija. Describir con palabras el torrente de sensaciones y sentimientos que sentí es imposible, solo puedo expresar la nitidez con la que se me quedaron grabados la suavidad y el brillo de su piel, su olor a galletas mojadas y la profundidad de sus ojos, porque en ese momento comprendí que ella también me estaba esperando.
Después llegaron las primeras veces, los primeros biberones, los primeros juegos y día a día esa hija mía me enseñó a ser madre.
Mientras regresábamos a España y ella dormía en su cunita del avión no podía dejar de pensar en la historia de pérdidas que nos había unido. Yo perdía cosas que aquí no se cuentan, ver por primera vez su carita, su primera sonrisa... y ella, ella tanto; sus olores, sus sabores, su idioma, la posibilidad de vivir con quienes la engendraron, su herencia cultural. Pero allí estábamos las dos, una frente a otra unidas por un lazo invisible que va más allá de la sangre.
Ya ha pasado más de 4 años desde su llegada y su cuarto, como tantas veces imaginé, se ha llenado de risas y de toda la luz que ella desprende iluminando todo lo que tocan sus manos pequeñas y morenas.
No hay noche que no siga entrando en su cuarto mientras duerme para darle las gracias por todo lo que me ha dado y para decirle que siempre, pase lo que pase estaré junto a ella.

Por ello estas letras están dedicadas a ti, Raquel Belareti , mi hija, tan distinta pero tan igual a mí.

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